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La Biblioteca Del Señor Linden.

One-shot.

Él la había prevenido sobre el libro. Ahora era demasiado tarde. Los esfuerzos del señor Linden en que Gala abandonase su obsesión por el libro, fueron en vano. Ése miércoles, Gala decidió ir a su biblioteca favorita, la del señor Linden, ya que era, según ella, la mejor de la ciudad, para alquilar el libro en que se había fijado hacía ya dos semanas.

Gala había ido siempre a esa biblioteca, y conocía el señor Linden des de hacía unos años, era de confianza, y a ella le caía muy bien. Igual de bien le caía el sobrino del señor Linden, Diego, quien había visto varias veces por la biblioteca, ayudando a su tío, y él se había fijado en ella, y estaba preocupado por el hecho de que quisiera alquilar “El libro de la perdición.”

Las clases terminaron, y Gala, como siempre, se fue andando a casa, desviándose en el camino, hacia la biblioteca. Cuando entró, el señor Linden levantó su mirada fría y vieja hacia ella, temeroso de que aún quisiera el maldito libro. Ella, le saludó con una bonita sonrisa, y se dirigió hacia el pasillo de ciencia-ficción, su favorito, donde se encontraba su deseo, su placer, y, posiblemente, su final. Diego se hallaba en el mismo pasadizo, y en cuanto la vio, le pidió que no cogiese ese libro, y ella, segura de si misma, le dijo que, si no querían que alguien cogiese el libro, que lo quitasen. Pero la verdad es que no se podían deshacer del libro; era imposible. Gala se dirigió hacia el señor Linden y le dio su carné junto con el libro, y el se lo adjudicó. Con una blanca y amistosa sonrisa, Gala, salió de la biblioteca y se dirigió a casa.

Cuando llegó, su madre le preguntó cómo era que llegaba un poco tarde, pero sin regañones. Gala le dijo que había parado un momento en la biblioteca porque quería un libro. A su madre le entusiasmaba la idea de que a su hija le gustase leer tanto, aunque tenía el miedo de que se convirtiese en una adicción.

Gala subió a su habitación y se puso cómoda. Al ser viernes, no hizo deberes y los dejó para el sábado o el domingo. Gala no perdió tiempo y empezó a leer el libro. Encontró aburrido el primer capítulo, el cual no entendía muy bien, pero a partir del segundo, el libro le apasionaba cada vez más. Llegó hasta el séptimo capítulo, cuando su madre la llamó para comer. Ella bajó aceleradamente las escaleras, y se sentó muy contenta en la mesa. La cena transcurrió sin percances, y cuando Gala terminó, regresó a su habitación y siguió leyendo.

Alcanzó el capítulo 10, el cual tenía el nombre de “El Final”, lo que extrañó a Gala, ya que el libro tenía más capítulos. Siguió leyendo, y cuando alcanzó la mitad del décimo capítulo, notó un pellizco en su antebrazo derecho. Bajando su mirada se fijó que, del libro, salían unas ramitas verdes, con unas púas moradas en los extremos. Eso fue lo que más le extrañó, y lo último que vivió, ya que el veneno que le habían inyectado las púas, había alcanzado su corazón.

Diego se dirigió a toda prisa a casa de Gala, después de que su tío le contase lo que le sucedería a Gala al alcanzar el décimo y fatal capítulo.

Cuando la madre de Gala le abrió la puerta, Diego no le dejó hablar; se dirigió a toda prisa hacia la habitación de ella, abriendo la puerta de un golpe seco.

Cuando Diego vio que Gala yacía inmóvil en su cama, y de que del libro salían unas ramitas verdes, con puntas moradas, cayó al suelo, de rodillas. Sabía que había llegado demasiado tarde para Gala.

Dejándose caer, posando sus manos en el suelo, notó una lágrima que le mojaba la mejilla, y recorría su rostro, hasta caer en el suelo, seguida de más lágrimas. No hubo final feliz ni para Gala, ni para Diego.