I fought them all off just to hold you close and tight

I fought them all off just to hold you close and tight

¿Cuál es el peor sentimiento? Existen dos, que van inoportunamente ligados.

La espera, que hace el tiempo eterno, como si el reloj fuera un artefacto superfluo con símbolos y una aguja que se mueve sin indicar nada.

Es el momento en que todos los pensamientos que estuviste reprimiendo durante tanto tiempo, se rebelan, aumentando tu agonía, y haciendo que esa herida del pecho, sangre con mayor intensidad. Esa jodida herida que pareciera un hoyo negro alimentándose de tu culpa.

¿Cuál es el otro? ¿No te imaginas? Aquel que estruja cada célula de tu cuerpo, maneja tus lagrimales a su antojo y ahoga tu mente. Solo basta una canción, una foto, un recuerdo, una jodida palabra para invocarlo. Puto sentimiento.

Es agotador extrañar. Te encuentras en el sofá, aferrado a tus rodillas, con patéticas lagrimas manchando tu rostro, y convulsiones dominando tu pecho, extendiéndose. Recordando a esas personas que son tu vida.

Una mueca parecida a sonrisa adorna tu sufrimiento, cuando a tu mente viene ese rostro, tan familiar, tan lleno de vida, tan esperanzador; conoces cada facción, cada risa, cada llanto, cada pestañeo y lo sabes interpretar. Esa imagen que esta tatuada en tu desgastada memoria. Aquella voz, que te hace sonreír. La peor parte, son los ojos, brillantes, anhelantes, amistosos.

Volteas a tu derecha, y la computadora te mira con reproche, mientras tararea una de tus canciones favoritas.

Estas solo, desprotegido, sin defensas, débil. ¡Tan frágil, tan jodidamente humano! La más inocente brisa puede aniquilarte, porque ellos no están. Tu única compañía es ese aparato electrónico que emite aquella música embriagadora.

Y comienzas a recordar…

A él, que conociste desde pequeños, con quién peleabas todos los días, a todas horas. Lo molestabas para llamar su atención. Sonreías al verlo estudiar, pues no creías posible que esa criatura sea capaz de tal cosa.

Se vuelve costumbre, y es divertido, es agradable, es…normal tenerlo ahí.

Pasa un año y lo vuelves a ver, con nostalgia lo saludas y deseas que este bien, mientras recuerdas aquella vez que hiciste tremendo coraje por no lograr sacarlo de quicio; como el solía hacer contigo.

Un tiempo después, ese niño que molestabas, pasa a ser un recuerdo de años, un motivo para sonreír, una razón para continuar. Se convierte en tu serotonina.

Ella, quien estuvo a tu lado desde el primer día, apoyándote, cuidándote, comprendiéndote, siendo parte de ti.

Cuando a tu mente viene un pensamiento divertido, elocuente; enseguida se enciende ese instinto, que te dice que debes de contárselo. Tu amiga te escucha y comparte una sonrisa, esa que tanto te alivia. Te haces adicto, hablas cada vez más, no la dejas. Al llegar a casa le llamas por teléfono porque en el camino se te ocurrieron mil ideas más.

Unos meses después llamas llorando, te encuentras destrozado, sientes que nada vale la pena. Tus rodillas se doblan de dolor. Ella te toma por los hombros, te levanta, te escucha, limpia tus lágrimas con su amistad. Y vuelves a sonreír, más fuerte que antes, listo para enfrentar lo que sea que sigue. Así transcurren 3 años.

Ella, que te conoce mejor que tú, que sabe lo que piensas aunque no lo expreses, toma el trabajo de “conciencia”.

Y esta él, que conociste en el último año, por casualidad, siempre amable y con esa sonrisa de niño pequeño (que extrañas tanto). Te enseño tantas cosas, te hizo los días mas alegres. Tu vida tenía sentido porque él estaba en ella. Y los momentos tan comunes, donde leías mientras él, recargaba su despeinada cabellera en tu hombro y parlaba.

Con su manera de ser especial, única, que lograba animarte en los días más horrendos, con su mirada tranquila, es novocaína.

En conjunto, forman los 21 gramos que deben de estar en algún lugar de tu pecho. O quizá de tu cerebro.

La vida se vuelve real, los problemas crecen de manera inversamente proporcional a las soluciones, son cosas “de adultos” que no deberías de estar pasando. Situaciones que solo se ven en la televisión.

La serotonina esta fuera de tu alcance, se va arrancando una parte de ti, desangrándote. Le pones una bandita a la herida, no comes ni duermes una semana. Compras una falsa sonrisa para tu rostro Y sigues adelante.

Tu conciencia se pierde, se alea de ti, no por voluntad. Tiene otros trabajos que hacer, como todos nosotros. Y toma otro pedazo. La herida vuelve a sangrar, esta vez peor, lloras desesperado, tirado en el helado suelo. Tomas una venda, y la ajustas lo más que puedes.

Llega un punto en que, tu novocaína escasea. Poco a poco pierde la calidez, la tranquilidad, y la sonrisa picara que amas. Y se evapora. A esta altura ¿cuánto queda de los 21 gramos?

Esta vez necesitas sutura. Pero los puntos se abren, a cada recuerdo, a cada paso, a cada suspiro. Y te desangras, ya no te importa dejar gotitas carmesí por la vida.

Llenas tu cuerpo de miérda. Tragas todos los comprimidos que encuentras, con la esperanza de caer inconsciente, y no despertar

Desayunas ese líquido ardiente que “hace olvidar los problemas” matando a tu hígado.

Fumas, inhalando tristeza, decepción. Ojala exhalaras paz, tranquilidad, armonía. Pero solo sale miseria.

Continúas con tu ritual de autodestrucción, esta vez, provocando que ese tentador tejido carmesí brote de tu cuerpo. Quizá en ese corte, se libren algo más que factores de coagulación; quizá por ahí pueda escapar la desesperanza. ¡Oh sorpresa! Dejas entrar a la amargura, que marca su territorio con una fina cicatriz.

Sabes que vivirás 15 años menos ¿Realmente importa? Ahora eres tan inútil como ese artefacto que controla el tiempo. No puedes reparar a tus amigos. Tu única función es robar oxigeno.

Una mañana descubres, que te da miedo mirarte al espejo, porque no quieres ver la criatura en la que te has convertido. La gente empieza a notar que algo sucede. Te culpan, te llaman cobarde, ridículo, exagerado, enfermo. Le echan la culpa a las hormonas y a todo lo que encuentran a tu paso. Pero tú no escuchas ¿cómo hacerlo? Si todo tu cuerpo está invadido por un zumbido, incomodo, interminable, como un gemido agudo.

Te sientes peor que la mismísima mierda

La herida, ese hoyo en tu pecho, cada vez es más grande. El dolor se presenta en muchas maneras. Con gotas saladas que nublan tu cansada vista. Con ataques nocturnos de pánico. Temblores en cada musculo de tu cuerpo. Y sobre todo, con amargura.

Una chica, que ha estado contigo los últimos 6 meses se empieza a preocupar, te ayuda a caminar. Te alimenta con su presencia. Cubre el vacio con una sabana de solidaridad y compañía. Sí, con una fina tela blanca; que puede colapsar en cualquier momento. Pero que no lo hace, porque ella está ahí.

Camina a tu lado, sufre tu dolor. Te mira con esperanza, como nadie lo había hecho. No te reprocha, no te pregunta, tan solo está ahí. Es ese hombro incondicional en el que puedes apoyar tu pisoteada dignidad.

Tu único consuelo es, sumergirte en aquellos acordes, repetir esos versos una y otra vez. Escuchar ese conjunto de instrumentos coordinados, dejar que te invadan. Cada célula de tu cuerpo se concentra en una sola cosa: sentir la música. Embriagarte de ella.

Poco a poco te acostumbras a su delicada presencia, sonríes con más frecuencia, vuelves a la rutina de antes. Pero sigues extrañando el aroma de la novocaína, la paz de tu conciencia, y la presencia de la serotonina.

De un momento a otro, esa conciencia regresa a ti, marcando una enorme sonrisa en tu rostro, que se nota en tu mirada. Ella ahuyenta los comentarios de la gente hostigosa y estúpida. Te abraza, te mira a los ojos con dolor. Porque tu dolor es el suyo.

Te hace sentir culpable, por haberte autodestruido durante 4 meses. Cuando debiste de luchar.

Esa mirada es suficiente para hacerte recordar, la risa picara de tu novocaína, la imprudencia de tu serotonina. Por primera vez en mucho tiempo, tienes un momento de lucidez. Te das cuenta que ellos son la única esperanza para ti. Y que darías la vida por verlos felices. Y eso harías.

Unos minutos más tarde, te encuentras en un sitio oscuro, temblando, abrazando tus rodillas, llorando, suplicando, sufriendo, cada poro duele, caen gotas de frio sudor cargado de agonía. Sientes un pánico enorme, irracional. Que te tortura, clavándote miles de agujas en la memoria, destruyendo tu felicidad y esparciendo los pedazos. Reúnes fuerzas, te levantas, mareado confundido.

No sabes si esto mejorará o empeorará. ¿Qué tal si ellos vuelven y tu mente sigue igual? ¿Si es algo REAL? Y no solo la secuela de una dolorosa separación.

A estas alturas solo tienes una opción: esperar. Y ahí es dónde volvemos al principio

¿Es que nunca se va a terminar?