Amor Independentista

One-shot

Rodrigo de Salazar desembarca del barco “Nueva Esperanza”; su pelo de color almendra cae delicadamente sobre una cara adorable y que sus rizos adornan cuyo faz.
Las mujeres, quienes se encontraban en el muelle, contando los últimos chismes, se callan al ver ese hombre de alta estatura y de rasgos delicados.
Carmen, hija única de un poderoso criollo, también se encontraba allí y además vio bajar el español. Mariana, su amiga exclama: “¡Carmen, mira lo bello qué es!” Carmen, a su vez, no responde con el mismo entusiasmo, sino con malicia: “Otro creído más para desprestigiarnos. Sólo vienen acá para beber y predicar frases bonitas sin intención de cumplirlas.”
Mariana, conociendo lo testaruda que es, le cambia el tema, preguntando por el baile que va a ser hospiciado por su padre. Carmen, histérica porque se le olvidó, agradece a su amiga y se va hacia su hacienda.
En la noche, su hogar se llenó de políticos y sus mujeres. Para la sorpresa de Carmen, se presentó el español creído.
Rodrigo entró a la hacienda y buscó a Miguel, dueño del hogar. Al encontrarlo, lo presenta a su hija, quien detrás de su bella cara, demostró su descontento de estar allí.
“¡Rodrigo! Ven aquí así te presento a mi hija Carmen,” Miguel empuja a su hija, quien se tropieza con su largo vestido, pero Rodrigo logró agarrarla ante que tocara el piso y quedó atrapado en su mirada café.
Los dos de apartaron y Carmen lo saludó inclinándose; Rodrigo, en cambio, tomó su mano y lo besó.
“Señor, es un placer conocerlo,” al escuchar el tono con que lo dijo, Rodrigo sintió que era al contrario.
“Dime Doña Carmen, ¿qué cree usted sobre el problema de los nuevos americanos?” Preguntó Rodrigo ya cuando Don Miguel dejó los dos solos.
“¿Puedo hablar con libertad?” Al ver que dio su consentimiento, Carmen comenzó: “Los españoles no tienen por qué estar acá, mandándonos. Somos americanos y, por lo tanto, nosotros debemos estar a cargo; no un español que viene a tomar y jugar con nuestras mujeres.
Rodrigo mira con cierta admiración a Carmen, sorprendido por su honestidad. Con razón no le gustan los españoles.
“Bueno Doña Carmen, ha sido un placer conocerla, pero creo que es hora de retirarme.” Al decir eso, se inclinó para besar su mano y se fue, perdiéndose entre cuerpos y humo.
Al pasar los días, Carmen se concentró en todo lo que debía hacer una mujer: ir al muelle y escuchar los chismes, tejer con su madre y abuela, asistir a sus clases de canto y piano forte, en fin, la rutina de siempre y que así será.
Caminando hacia el muelle un día, Carmen oyó una voz diciendo: “¡Amigos! Ustedes son los que forman esta isla, ¡no los reyes! ¿¡Qué derecho tiene un tirano reinarlos, y que ni siquiera ha pisado este duelo!? No puede ser así, los españoles, y me incluyo, no tenemos derecho reinarlos. Ustedes son los americanos y son ustedes quienes deben formar parte del gobierno.”
Carmen, al escuchar a Rodrigo hablar con tanta pasión y resolución, sintió que tal vez este español era diferente.
Rodrigo, al bajarse del pequeño podium, vio una cara familia; Carmen.
“Doña Carmen, que gusto verla,” saluda cordialmente, inclinándose hacia ella.
“Don Rodrigo,” dijo, “nunca supe que usted tenía las mismas opiniones.”
Rodrigo sonrió, “hay muchas cosas que no sabe sobre mí.”
Carmen, por primera vez, sintió vergüenza por como lo trató aquella noche durante el baile.
“Le quería pedir disculpas. Mi actitud no fue el apropiado esa noche y no debí juzgarlo de esa manera.”
El se rió, “no se preocupes. De hecho. Me dio gusto ver una mujer tener fuertes convicciones y que no esta avergonzada de usar su voz.”
Es así como comenzó esta amistad que luego se convertiría en una relación amorosa.
Los meses pasaron para los dos, y al fin, Carmen logró escapar de la rutina. Rodrigo la recogía e iban a lugares clandestinos, predicando sus creencias a los americanos. Pronto, sus creencias formaron parte del sueño americano. Los lugares donde iban a predicar era el refugio de Carmen. Ella podía hablar y tener voz como mujer y, aún más, sabiendo que Rodrigo estaba detrás de ella, apoyándola.
“¡El derecho divino con que se basa el poder de los monarcas, no es más que una mentira! Franceses como Voltaire, Montesquieu y Rousseau sostienen la libertad de elección. ¡Y aún más! La Biblia dice que Dios nos creó a todos iguales. ¿Por qué debemos hacerle caso a un hombre que la Sagrada Escritura?
Los hombres y mujeres, quienes conformaban la pequeña taberna, gritaban sus acuerdos y comenzaron a discutir entre sí.
Carmen bajó del escenario y Rodrigo la recibió con un beso. Luego de felicitarla, se dirigieron hacia el bar.
“Carmen, ya hablé con tu padre y aprobó nuestro casamiento,” dijo Rodrigo con una gran sonrisa y Carmen no pudo evitar soltar un pequeño grito; se tiró encima de Rodrigo para besarlo, pero los dos cayeron al suelo. El fuerte impacto hizo que el lugar callase, mirando a los dos enamorados. Rodrigo tomó la mano de Carmen, los dos perdidos en cada mirada y anuncia: “¡Nos vamos a casar!” La taberna explotó con aplausos y gritos de felicitaciones.
Mariana, quien también se unió al grupo Revolucionario, fue a saludar a la pareja, cuyos rostros emitían un brillo de felicidad y enamoramiento. “¡Carmen, qué noticia más hermosa!” Exclamó mientras abrazaba a su amiga.
Carmen iba a dar las gracias cuando se oyó disparos. Hombres vestidos de azul entraron con sus armas y sables. Carmen sintió que alguien la tomó del brazo y la llevó hacia la parte detrás de la cantina, donde había un pasaje escondido que se dirige hacia la calle.
“Carmen, los desgraciados del ejército real supieron nuestros planes. La guerra comienza ahora. Por favor, te ruego, anda a tu casa y quédate ahí. No salgas para nada y cuando esté bien, yo te voy a buscar.” Rodrigo sacó su sable, pero antes de partir hacia la manada de guerreros, carmen lo besa apasionadamente, como si fue la última vez.
Pasaron horas desde aquel encuentro y ahora, la guerra se corrió hacia las calles. Su padre también salió para prestar servicios, mientras que ella y su madre se esconden con los criados.
“No soporto esto,” murmulla carmen y se dirige hacia el botiquín de armas de su padre, sacando un revolver, un sable y pólvora. Mientras iba saliendo, escuchó las suplicas de su madre.
“Tanto que defendí nuestras ideas de libertad e independencia y ahora cuando está entre nuestros dedos, ¿no voy? Tengo que ayudar a mi gente y a Rodrigo.” Con eso dicho, sale corriendo, matando los reales quienes cruzan su camino.
Ella encuentra a Rodrigo en una lucha intensa con un real, pero ya terminada esa batalla, Carmen se dirige hacia él.
“¡Carmen! ¿Qué estas haciendo acá? Te dije que te quedaras en tu hogar,” Rodrigo iba a seguir con su reto, pero Carmen lo interrumpe: “Esta es mi batalla también.” Ya dicho eso, Rodrigo sabía que era inútil seguir luchando; era una batalla perdida.
La guerra perdía intensidad con la corrida de las horas; la victoria estaba en manos de los Revolucionarios.
Carmen, empapada de sudor y sangre ajena, vio que Rodrigo estaba perdiendo una pelea con un real. Carmen se integró, dejando Rodrigo a un lado para recuperarse.
El hombre era fuerte, notó Carmen mientras bloqueaba cada avance. Pero lo inesperado pasó; Carmen no alcanzó a bloquear y la espada rozó con todo su vigor por todo su pecho. Rodrigo sintió una abrupta recupera de energía y mata al hombre.
Carmen apenas podía respirar, pero al ver Rodrigo llorar, se rió. “Rodrigo, no te preocupes. Siempre estaré a tu lado. Por algo sucedió esto y así tenía que ser.”
“¿Cómo puedes decir eso? No puedo pensar en estar sin ti. Vas a estar bien…” El no pudo seguir al verla sonreír; aún así, sigue siendo la mujer más hermosa del mundo.
La pelea terminó y ganaron los revolucionarios; las guerras siguieron hasta la independencia de la isla de San Salvador, cuyo principal líder fue Rodrigo de Salazar, quien también creó su capital: San Carmen.
Los seres queridos de la pareja comenzaron a contar la relación de ellos. Al correr de los años, este relato se convirtió en leyenda; para las niñas, una hermosa historia de amor, para los niños, una narración heroica.
En la plaza común, los habitantes de San Carmen celebran su fundación, narrando la bella leyenda sobre el nombre de su capital y el líder de los revolucionarios. Ana se encontraba con sus amigas, todas reunidas y listas para escuchar la narración por enésima vez. Ella siente que alguien la mira y ve a un bello joven. Anna notó una confianza desmesurada en su rostro y pensó: “Otro creído más,” pero no pudo evitar el surgimiento de otro sentimiento.

Y así comienza otro relato.