Una muerte vacía

y vacío fue...

Viviana camina lentamente por los pastos altos, donde las flores caricia sus manos y las hojas verdes cruje debajo de sus pies desnudos
Sus ojos grises miran hacia atrás y ve como su comunidad reconstruye su pequeña cuidad que fue arrasada por la Guerra Civil cuyo término fue hace dos semanas.
-Catorce días, ocho horas, veinte y un minutos, y cincuenta y tres segundos sin él, sin ese hombre quien me sujetó en este mundo cruel y miserable y, que tal mundo me lo arrancó de mis manos, como un bebé es quitados de los brazos cálidos de su madre para limpiarlo.-
Perdida en un mundo de desolación, deja que sus piernas la guíe a ese lugar que tanto ha visitado; tanto son las veces que ha ido a verlo que conoce cada piedra, flor, pájaro, ¡todo! Mientras camina piensa:
-Nunca más voy a ver esa mirada café o su sonrisa que hacía que surgiera mariposas en mi abdomen, sus manos grandes y forzudas que conocían cada curva, cada descenso, en fin, cada parte de mi cuerpo y que lo acariciaba con tanta ternura y pasión…nunca más; no más besos, caricias, risas, miradas…¡nada!
Su mente quedó en blanco cuando llegó a su sepultura; lugar donde compartieron su primer beso y donde muchas veces se tiraban, desde este acantilado, hacia las aguas profundas.
La tierra es aún café puesto que hace sólo dos semanas que lo enterraron y todavía queda ese pequeño monte donde yace su cuerpo. Viviana se siente al lado de ese pequeño y deja unas flores salvajes arriba de su tumba y comienza a hablar:
“De a poquito se está construyendo nuestra ciudad de nuevo. Gracias a los británicos, pudimos ganamos no nacionalizar el salitre, pero costo, para mí, fue muy alto porque te perdí. Mi abuelita tenía razón…el amor es más fuerte que nuestros ideales. De qué me sirve ahora ser conservadora si perdí mi fiancé.”
Agua salada, al igual que las aguas donde pasaban la mayoría de su tiempo, caen delicadamente por su cara angulosa hacia el pasto. Mira con mucha tristeza al anillo que le regaló; pequeño y simple, como a ella le gustaba.

Unos meses pasaron y la primavera llegó con sus dulces aromas de amor y flores, pero Viviana lo odia con todo lo que lleva adentro.
-Cómo se cree, preguntándome si quiero casarme con el después de todo; sólo han pasado cinco meses y viene este imbécil a pedir mi mano-
Camina con pasos fuertes hacia el bosque donde se dirige hacia su refugio: su sepultura. El pasto ya creció sobre ese pequeño monte de tierra y algunas flores de lavanda ya crecieron e impregna el aire con su freso perfume que trae gratos recuerdos. Una liviana brisa comienza a divertirse con el pelo café de Viviana y hace que el aroma juegue con sus sentidos. Ella comienza a hablar sola, sólo las flores, el viento y pájaros la escuchan; sin embargo, sabía que Ignacio estaba allí, silencioso como siempre, pero atento.
Ignacio. Su nombre aún sale fácilmente de su boca. Estuvieron tres años juntos, felices de estar juntos los dos; su pueblo miraba con ternura a ese joven amor que tenían, con sus miradas y pequeños besos, radiaban amor eterno, generando suspiros de deseo a las mujeres más jóvenes. Donde iba uno, iba el otro, siempre acompañándose. Si Viviana tenía que ayudar a su madre entregar el pan a las personas que iban, Ignacio iba con ella, llevando la canasta llena de masas calentitas; pero si Ignacio tenía que limpiar los estables de los más adinerados de su diminuta comunidad, Viviana iba, con trapos, a ayudarlo.
El día que murió aún genera temblores de sollozos por parte de Viviana. Ese día llovía mucho, generando barro por todos lados y que salpicada, ya que la pelea entre hermanos ocurría enfrente de sus ojos. Si bien, Viviana era conservadora, no quería esto, no quería que Ignacio se metiera en esto, pero lo hizo.
Ella vio como murió; cada paso que dio hacia atrás, su cara mostraba dolor, algo jamás visto en su cara y al ver eso, Viviana salió corriendo hacia él. Llegó a tiempo para atraparlo en sus brazos y los dos cayeron con fuerza en el barro, manchándolos con ese café oscuro y también de sangre.
Los pequeños suspiros de aire hicieron que Viviana se diera cuenta de que no había vuelta atrás. Café chocó con gris y aunque la lluvia escondía las lágrimas caídas de ambas partes, los dos se dieron cuenta y con un último beso, murió Ignacio en sus brazos. Un grito desolado llenó el ambiente, pero nadie se dio cuenta; fue un grito perdido dentro del caos.
Viviana con una mano temblorosa, limpia su cara roja y ojos hinchados por tanto llorar y se acuesta encima del pasto, mirando como los algodones blancos se mueven como si nada pasara acá bajo.
-Que triste debe ser una nube,- pensó. –Siempre estar flotando y viendo como la gente vive y va muriendo, o como uno llora sin consolación y otros andan felices. Deben pensar que injusto es esta vida, pero nunca van a saber lo que se siente llorar, gritar, enamorarse… nada.-

Dos años pasaron desde aquel guerra y el pueblo sigue igual. Viviana camina hacia su casa hasta que escucha un rumor que no le gustó para nada; unas mujeres estaban hablando que el nuevo general que llegó iba a expandir la cuidad y hacia donde están los acantilados, construir su casa, por la hermosa vista que tiene.
Viviana, indignada, se dirige hacia la pequeña taberna donde también hay piezas para dormir y sabía que ahí estaba el General. Llegó y demandó que bajara el militar. Cuando bajó, Viviana lo saluda con una cachetada que causo que la taberna se callara. El General no hace nada, sólo la mira, pero en su mirada, uno puede ver un enojo por su parte.
“¿Cómo crees que vas a hacer su casa en el acantilado? Eres un novato acá, pero allí es un lugar apreciado por el pueblo, por mí y ahora vienes para expandir nuestra cuidad; toca todo lo que quieres, pero ese lugar no.”
El General, cuyo nombre era Hernán, deja que su mente haga un plan mientras ella habla…y era un plan muy bueno.
“Encontrémonos en el acantilado en tres días más y ahí hablamos.” Con eso dicho, se fue. Viviana quedó furiosa y se fue, pero no pudo evitar darse cuenta que algo estaba tramando ese hombre; lo pudo ver en sus ojos negros como rata.
Al día siguiente, cuando Viviana llegó en la noche, alcanzó ver que algo raro estaba ocurriendo en su casa, su madre y padre andaban entusiasmado, con sonrisas grandes, pero cuando preguntó que ocurría, sus padres respondían con un ‘nada’ y seguían con esas sonrisas alegres.
El tercer día llegó muy lento para Viviana; como Hernán no dijo que hora, ella fue durante el medio día, aprovechando el hermoso día y también para ver a Ignacio; siempre va unos dos o tres veces por semana a verlo.
Cuando llegó, el suelo estaba normal, como si un cuerpo no yaciera por debajo de él, pero ella sabe exactamente donde es su sepultura y va hacia el, se sienta y comienza a hablarle sobre todo lo acontecido.
Como si el tiempo no existiera, pasó rápidamente, y el cielo se llenó de colores naranjas y rosados, mostrando el atardecer.
Viviana escuchó ruido y se paró para ver llegar el General, con su atenida planchada, sus medallas lustradas y colgando.
Comenzó a hablar, pero la situación era simple; casarse con él, o perder este lugar tan apreciado por ella. No hacía falta pensarlo, ella decidió casarse para salvar este lugar; condenó su vida sólo para conservar un recuerdo, pero para ella no importaba.

Estar casada con él no es fácil, es un hombre arrogante, cruel y puramente malo; estar casado con Hernán significó dar su cuerpo para que él se desquite con ella. Todos los días sufre Viviana cuando el cuero toca su cuerpo, al igual que sus manos y lo único que pensaba ella era irse de éste lugar que la tenía sofocada.
Los años pasaban para Viviana como si el tiempo no existiera; se asimismó dentro de la rutina de ser esposa de militar y en una depresión que no había salida para ella, sólo la muerte le podía dar esa tranquilidad, pero como buena Católica sabía que si ella se quitaba su vida, estaba condenada a estar en el Infierno, pero ¿si aguantaba?
Eso hizo. Aguantó hasta que su cuerpo no diera más del abuso constante dado por su esposo, aunque al morir…descubrió que no había un reino de luces como los describía la Biblia, sino un vacío interminable de negro.