Una muerte bella

Se despidieron con un beso...

Desde pequeño, Ichigo mira con admiración como su hermano mayor, Shiro, practica con movimientos delicados, similar a una geisha, los pasos del Samurái.
‘Falta poco,’ pensó el pequeño, quien practica todos los días con un palo de madera, preparándose para el duro entrenamiento que le va a tocar en un par de meses.
La familia Hirosaki, dentro de Kyoto, es una familia cuyo prestigio recae en sus ancestros, los primeros Samuráis en el oeste de Japón.
Cuatro meses después, Ichigo cumplió ocho años, la edad justa para comenzar su entrenamiento. Los años pasaron convirtiéndolo en un joven apuesto. Su pelo negro cae suavemente sobre sus ojos cuyo color es de un café oscuro y profundo, similar a los templos de Buda.
Era primavera. Ichigo se encontraba rodeado de pétalos rosado, que caen dulcemente a su alrededor. Su shihakusho negro contrasta fuertemente con los colores pasteles que lo rodean. Su espada, Rai-Kami, brilla cuando el sol pega contra el hierro y, en conjunto con los movimientos rápidos de Ichigo, da el aspecto de un relámpago; gracias al color generado por la naturaleza y rapidez de Ichigo.
Cansado, debido a su duro entrenamiento, esto se ve en el sudor; que deja rastros oscuros, manchando su cara de rasgos delicados.
Dejando de lado a su espada, se recostó contra el árbol de Sákura. Los hombros de Ichigo cayeron hacia abajo, demostrando su relajo. Su mente comenzó a volar; el viento jugó con su pelo oscuro como la noche, algo que solía hacer su madre cuando Ichigo era pequeño. Todo estaba tranquilo en su universo. De repente, un brusco viento lo despierta y lo que ve, solo se puede describir como un sueño, algo tan dulce y perfecto, que parece ser irreal; como la muerte bella de los Samuráis, quien sólo uno alcanzó.
Ichigo sintió que todo desaparecía y solo quedaba él y ella. La criatura siendo lo único que lo sostiene en el mundo, como unas flores son sujetadas por un ramo, siendo éste tan delicado.
Minako camina lentamente por el patio de la casa Hirosaki, buscando al segundo nacido de este hogar. Siente que alguien la mira fijamente y, cuando se da vuelta, se ve inmersa por el color de los ojos almendrados de Ichigo; un café profundo que le recuerda a las hojas de té. Es un joven muy apuesto; su cabello oscuro cae delicadamente por encima de sus ojos ardientes. Minako se compara con una polilla, camina lentamente hacia él, éste siendo el fuego y ella atraída por tal intensidad.
“Disculpa, estoy buscando a Hirosaki-san. ¿Usted, por casualidad, lo ha visto?”
Aah, su voz suena como pequeños cascabeles, que resuenan en los templos durante el invierno.
“Estas hablando con él,” Ichigo no pudo evitar que su vos se elevara, demostrando su nerviosismo; pero, valió la pena. Nunca pensó que una sonrisa podía hacer que su estómago subiera y bajara.
“Hirosaki-san, su padre lo esta buscando,” Minako no puede evitar sentirse atraída por él. Tiene un encanto, ya sea tímido, pero ella lo encuentra tierno.
El kosode de Ichigo estaba manchado con sudor, tiñendo la tela que envuelve sus músculos. Éste se apega a su cuerpo, mostrando su torso pulido como piedra.
Ichigo se levanta y guarda Rai-Kami en su vaina que cuelga; enganchado al obi que rodea sus caderas.
De la nada, escucha un sonido dulce, la risa de Minako, y recoge algo de su cabeza; era una sákura. Con manos delicadas, Ichigo sitúa la flor detrás de su oreja, resaltando sus rasgos. Obviamente la flor no tiene comparación con la belleza que emite Minako.
Así comenzó la relación entre Ichigo y Minako, a primera vista los dos se ven como seres torpes, sin saber como estar uno con otro, pero luego, todo se dan cuenta que esta torpeza es confundida con ternura y amor, los dos perdidos en su propio mundo.
Luego de pasar un año, Ichigo habla con su padre y el de Minako, pidiendo estar unidos en esa bella ceremonia que los soldará para siempre. Hiro, el padre de Minako, acepta con gran entusiasmo, mientras que Haru, quien también acepta, esta contento de que Ichigo encontró a alguien con quien compartir su vida.
Seis meses pasan rápidamente para los dos, hasta que llegó la que los Ryuus, otro grupo raro de Samuráis, se fueron de Tokyo y se dirige a Kyoto. Como protectores de esa tierra, la familia Hirosaki se prepara para un enfrentamiento. Todos los samuráis se juntaron para discutir sobre estrategias. Por suerte, tienen tres meses para prepararse.
Al pasar el mes, con tensión dentro de Kyoto, una noche en particular, Ichigo y Minako, por primera vez, comienzan ese baile mágico y puro que solo puede ocurrir entre un hombre y una mujer. Ichigo lo incitó, por temor de no verla nunca más.
Octubre pasó rápidamente y llegaron las malas noticias del adelanto de los Ryuus. Ichigo habló con Minako, preparándola para cualquier eventualidad. Llegó la noche antes de la partida de los honorables samuráis. Esa noche, Minako lo pasó junto a Ichigo y le contó que estaba embarazada, y a pesar de estar contento, no pudo evitar sentirse triste. El sabía que iba morir en la batalla, pero no le quería contar.
Los dos acostados en el futon, Ichigo dejo caer su cabeza sobre el vientre de Minako. “Si es niña, llamémosla Aiko, pero si es niño…ahí ves tu.”
Minako escucha atentamente a los deseos de Ichigo, mientras jugaba con su pelo. Las horas pasaron en conversaciones del futuro hasta que llegó el momento en que la esposa del Samurái, vistiera a su marido.
Minako primero coloca el kosode y ata los dos cordones. Luego, sobre éste, la hamaka y kimono. Con mucha delicadeza, ella coloca la armadura; el rojo contrasta fuertemente con el negro. Coloca las planchas de hierro sobre los hombros y antebrazos. Para proteger sus piernas, sitúa el kusazuri.
Al formarse la tropa, Ichigo fue el ultimo en salir de Kyoto. La despedida fue larga, entre besar las lágrimas de Minako y despedirse con un largo beso, uno en su boca, otra en su estómago. Minako jura esperarlo y que su bebé estaría orgullosa de el.
‘Ichigo,’ pensó. ‘Lo llamaré Ichigo si es niño.’ En su interior, Minako no pudo evitar sentir que esta iba a ser la última vez que ve a su amado.
Al darse vuelta, nadie vio la solitaria lágrima caer de su ojo.
Un fuerte dolor en su pecho hace que Ichigo despertara de sus dulces recuerdos. Habían impedido el avance, pero al costo de muchas vidas y la de él. Ichigo cometió el error que le costaría su vida; el Samurái con quien estaba peleando, comenzó a hablar de lo que harían con las mujeres en Kyoto. Al saber esto, Ichigo sintió que su sangre hervía y lo mató rápidamente, pero al darse vuelta, una lanza se entierra en su pecho y vio que el samurái, quien murió supuestamente, le enterró la lanza.
Pero, Ichigo está tranquilo. Siente que una emoción crece dentro de su pecho, felicidad y tristeza; felicidad porque conoció a ese ser tan maravilloso; tristeza porque no va a estar cuando el bebé patea y nunca más va a ver esa sonrisa que ilumina.
Ichigo siente un leve viento; al final, lo que los unió, va a acompañar a Ichigo en su partida.
Él no sabe como se debe sentir esa muerte bella que tanto le ha tocado a oír, pero da gracias a Kami que por lo menos tuvo a alguien con quien compartir.
Sus ojos cerraron por última vez y sonrió al pensar en ella. A lo mejor ésta es la muerte bella.