Momentos

Uno

Siempre le costaba encontrar las llaves en su bolso. Cuando por fin las sacó y fue a meterlas en la cerradura, de repente se abrió la puerta del bloque de apartamentos y se sobresaltó. Alguien había abierto desde dentro.

— Lo siento —dijo el hombre que había abierto la puerta con una sonrisa de disculpa.

— No importa —respondió, sonriéndole también.

Emelie lo miró: era alto y delgado, debía de tener unos treinta años. Aunque sonreía, parecía cansado y su mirada le pareció triste. Pasaron unos segundos durante los cuales ninguno dijo nada; el hombre miró entonces al suelo y agarró el asa de su bandolera de cuero.

— ¿Vives aquí? —preguntó Emelie. El hombre volvió a mirarla y asintió. — Me llamo Emelie. Acabo de mudarme.

El hombre le estrechó la mano que le ofrecía y sonrió tímidamente.

— Encantado. Yo soy el doctor Spencer Reid, pero supongo que puedes llamarme Spencer.

Tartamudeó, nervioso, y Emelie no pudo evitar sonreír ampliamente. Se fijó un poco más en él: su pelo castaño claro era bastante largo y lo llevaba detrás de las orejas. Llevaba un pantalón claro y un chaleco sobre una camisa con corbata. Junto con su bandolera de cuero, le daban un aire de profesor descuidado y tímido que Emelie encontró adorable.

— Vivo en el pequeño estudio del ático. Es extraño que no nos hayamos visto antes, siempre me cruzo con todos los vecinos por las escaleras.

Ella intentó entablar una conversación, pero antes de responderle distraídamente el hombre —Spencer, se repitió a sí misma— miró el reloj frunciendo el ceño.

— Viajo bastante. Por mi trabajo.

— Ya… Supongo que tienes prisa, pero, si algún día te apetece, puedes pasarte por mi piso para tomar un café y charlar un rato. Ya sabes, en el ático.

Se arrepintió de esas palabras tan pronto como las hubo pronunciado. ¿De verdad lo acababa de invitar a tomar café? Lo conocía desde hacía un minuto, literalmente. Por unos segundos Spencer pareció desconcertado, pero entonces se sonrojó y dio lo que a Emelie le pareció una respuesta evasiva.

— Sí, claro… Ya nos veremos. Hasta pronto.

Y, sin volverla a mirar, se fue, caminando a grandes zancadas hacia la estación de metro, agarrando su bandolera. Fantástico, Emelie; acabas de arruinar todas tus posibilidades con él… si es que tuviste alguna.