Status: Español. Si, estoy medio loca, pero en fin...

Cardenales

ella

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ella

Regularidad. Monotonía. Un horario simple de comprender y simple de seguir. Un horario marcado por las noches en vela y alguna que otra regañina por parte de Aurelia al tenderle las manchadas ropas que llevaba la anterior noche.

Jack seguía aquel horario cada Jueves, cerca de las dos de la mañana, cuando perdía el apetito respecto a la comida que servían en el comedor del Orfelinato y empezaba a entrarle el gusanillo, como diría Jeff—entonces es cuando dejaba el edificio que llamaba hogar, que proyectaba tan buena sombra familiar, y se dirigía a las calles de Belleville, Nueva Jersey, donde el crimen excedía lo suficiente como para que su familia y él no llamaran la atención.

Por supuesto, las calles estaban desiertas y la mayoría de las farolas parpadeaban o ya estaban fundidas. El muchacho inmortal podía recorrerse el pueblo entero sin temer nada, y con las manos en los bolsillos se echó a andar, sus converse bofeteando el asfalto malgastado. No sabía si había nubes, ni tampoco sabía con precisión si la luna era menguante, o llena, o nueva. Su visión sonora no llegaba a tales niveles.

Si era honesto, lo echaba de menos. Pero recordar dolía, y Kaigosha decía muchas veces que el dolor lleva a la ira, y la ira no lleva a nada bueno. Así que con una sacudida de cabeza, decidió colarse en la casa de la esquina de Salter Place, cuyo impecable jardín y ventana entreabierta del segundo piso le llamó a gritos. Sacudió la cabeza sardónicamente; los humanos sabían de los peligros de este barrio y aun así no se percataban de aquellos detalles.

Subió fácilmente por la pared—decoraciones y el árbol cercano a la ventana dejaba un acceso simple, sin complicaciones. Un olor extraño pero agradable le llegó, pero en cuanto abrió la ventana, asegurándose de que no había nadie despierto, aquel olor le embriagó. Pausó mientras pasaba por la ventana, dedos crispados en el marco y vista sonora posada sobre la humana acostada en la cama. Era ella quien rezumaba aquel olor, y a Jack se le hizo la boca agua al pensar en cómo sabría deslizándose por su garganta.

Torpemente bajó hasta que las suelas de sus converse tocaron el suelo de madera y su mano rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros hasta que encontró la cajetilla que contenía el bisturí junto con la aguja e hilo. Silenciosamente se acercó a la muchacha, pelo largo y algo enredado vertido en la almohada y cascos sonoros colocados en sus orejas. Jack se acercó, bisturí alzado, e inspiró profundamente, intoxicándose de su esencia y ser. Salivando, destapó a la chica con delicadeza—ella se movió ligeramente, pero no despertó—, posó la mano sobre su vientre y se congeló.

Era verano, así que obviamente llevaba un pijama compuesto de una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos; Jack había visto mucho, ya que adoraba la biología humana, pero en cuanto las yemas de sus dedos tocaron su piel, un sentimiento como ningún otro se apoderó de él.

Y aquel sentimiento fue la nostalgia; nostalgia impulsada por la chica. Sin pensárselo dos veces, acarició la piel, sorprendido por su suavidad y su intensa calidez. Por un momento se quedó observándola, quisiendo decir algo sin poder hacerlo. Sintió como detrás de lo que se supone que deberían estar sus ojos empezó a arder... casi como si fuera a llorar.

Jack suspiró inaudiblemente, levantando la mano de su cuerpo y andando hacia atrás. Se topó con uno de los libros tirados por el suelo, y quiso saber cuál era el título de aquel libro. Quiso saber de qué color era su piel, su pelo, sus ojos; tan cerrados y calmados. Quiso poder llamar su nombre desconocido, o incluso poder verla en el instituto, despierta, y tener una oportunidad de conocerla. Durante horas, Jack se sentó en el suelo y soñó despierto con escenarios alocados en los que Kaigosha conseguía volverle humano otra vez y le devolvía a la vida. Escenarios en los que tenía sus ojos otra vez y reía alto y sonoro.

Quiso llorar. Quiso… quiso vivir, pero no podía, ni siquiera Kaigosha podría. Y eso no le partió el corazón; seco y muerto, sino el alma—que era lo único que le quedaba en este mundo inmortal en el que vivía.

Así que la miró a ella; mujer en proceso, chica con infancia, alguien que no había sufrido ni la mitad de lo que él. Se bañó en su inocencia dormida y en su corazón palpitante. Y la observó sonoramente, cual murciélago, deseando poder hundirse en su cuerpo para volver a sentirse vivo.

Algo cambió en Jack aquella noche. Algo en él se hizo más humano de lo que jamás fue. Y ese cambio fue por aquella chica dormida, inocente, frágil y caliente, suave. La miró y no pudo apartar su concentración de ella, completamente hipnotizado como si un encantamiento le hubieran echado. Fue entonces cuando Jack se dio cuenta de que no tenía diecisiete años; hacía mucho que no tenía diecisiete años, jamás los volvería a tener.

No se dio cuenta de que había amanecido hasta que oyó la cisterna del baño fuera de la habitación, además de varios pasos junto con voces adultas. Con sorpresa, miró al reloj digital y se congeló al descubrir que ya eran cerca de las siete de la mañana, y que si no llegaba al Orfelinato pronto se perdería el desayuno. Levantándose con sumo cuidado, Jack se dirigió a la ventana, regañándose mentalmente por lo cuidadoso que tenía que ser ya que el sol estaba alzándose en el horizonte.

Justo antes de salir, Jack volvió a posar su vista en la chica y pausó en la ventana, a medio camino, incluso sabiendo lo peligroso que era—pero tenía que grabarla en su mente a fuego; tenía que recordarla y pensar que aquella chica, fuese quien fuese, acababa de hacerle vulnerable.

Y no solo vulnerable; sino humano.
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Intento de escribir en español de nuevo. ¿Esta bien, mal, horrible?

No creo que haya españoles o hispano-hablantes en Mibba, al menos en el fandom creepypasta, pero espero que si alguien lo lee, que por favor comente TT_TT