Obituario.

Reflexiones acerca y de la muerte.

He leído cuántos manuales de felicidad existen en el mundo. He ido a terapeutas fáciles y atormentados, he sido creyente y he hablado hasta con plantas para entender mejor la existencia y el punto de ella en la vida de hombre.

No he obtenido respuesta. La existencia humana sólo ha tenido validez para mí cuando el cáncer me arrebató a mi tía y me demostró que los muertos están muertos y que no importa adonde vayas, a quién reces ni cuántas veces cambies y mutes: los muertos no vuelven y el espacio ocupado por ellos no lo puede ocupar nadie.

Han pasado cuatro años o cinco o diez. No lo sé. A todos en mi familia le importan los años, a mí no. Porque la muerte me enseñó que además de aventura inesperada, no respeta edad, ni condición social ni importancia emocional: cuando alguien muere, muchas cosas y personas dejan de importar y otras empiezan a revelar su verdadera naturaleza. La muerte de mi tía me reveló que así como no importa el tiempo ni la edad, así tampoco importa la existencia si no se ha hecho nada con ella. Si se deja desgastar viendo como el mundo construye sus propios mundos. Por eso dejé de creer en el suicidio como solución a los problemas, porque sólo te dignas a aceptar que el alma se te diluye en la rutina y la única manera de acabarlo es clavándote a ti mismo un puñal y creyendo que estás siendo un mártir.

La ausencia se siente todos los días, pero creo que todos aprendemos a manejar la soledad y el impacto del vacío como mejor nos parezca, dependiendo tal vez de lo rápido que somos para adaptarnos a los cambios. Yo bloqueo mi memoria, me olvido de su voz y de sus historias, de su casa y de los pocos sueños que me contó cuando se olvidaba de ser figura de autoridad. Heredé lo que quería y todo lo que era de ella, ahora es mío y nadie me lo quita. Pero me olvido que esos objetos eran de ella, porque nunca pensé que aquella herencia podía contener una parte de su vida y de su historia iba a ser mía, que lo iba a obtener limpiando su armario y su cuarto, porque yo no sabía que pasaba con lo que poseía un muerto una vez que moría. Por eso me burlo de los que rechinan los dientes cuando no obtienen lo del muerto, porque con sorna me doy cuenta que obtener no es revivir, es más bien pretender, usurpar, a veces creo que es hasta robar.

La muerte trae muchas preguntas, muchas cuestiones, mucha confusión. Yo puse en entredicho la religión y me di cuenta que para lo único que servía era para dar consuelo a quiénes fueron bendecidos con una vida en paz. Puse en entredicho la salud y la obsesión por ella, así como la dejadez y la altanería de creer que somos dioses del Olimpo y que no nos convertiremos en energía agotada, en estrellas apagadas, en átomos acabados. Objeté la vida tranquila y la pasividad y recordé que los grandes héroes vivieron y murieron rápido, que no sirve de nada morir viejo, porque joven o no, nadie quiere desaparecer tan rápido. Y me dispuse a ver como ponía mi vida de cabeza, cómo comenzaba de nuevo, como aceptaba la muerte y como vivía bajo mis conceptos, con la seguridad de nunca lograr la paz y tranquilidad de una vida segura.
Tal vez nunca logré ser lo que anhelo ser, tal vez la vida y la muerte m cobren el desafío de no aceptarlas con tanto miedo y tal vez muera por mi propia mano, cuando ya no me acuerde de que la esperanza es un juego mental psicológico de mucho tesón y mucho ingenio. O tal vez pase lo contrario y algún día pueda reír en alguna azotea, viendo el mundo pasar mientras yo sigo construyendo el mío propio.

Eso me lo enseño ella. Muerta ya, me dejó la última lección, la más valiosa, la más sencilla en teoría y más difícil de ejecutar. Ya nada es cómodamente fácil para mí y eso está bien. Eso enseña la muerte. Su muerte.
♠ ♠ ♠
© Written and published by Pazcual. All Copyrights Reserved, 2012.