El Ocaso de los Dioses

El Río Blanco

Cuando el Mal perdió su cuerpo, deseó con tanto fervor recuperarlo que recordó a los dos cuerpos mas perfectos, y los únicos existentes en toda la creación: Chronos y Gaea. Se desató en su bizarra mente un cúmulo de pasiones, de lujuria, de avaricia, de envidia, de glotonería, de ira, todas sobrepasaron a su pereza, y de no haber sido por el orgullo, habría perdido la noción de sapiencia que quedaba en él, pero fue exactamente su orgullo de ser la criatura más poderosa existente que lo mantuvo cuerdo, y lo suficientemente sano como para resolverse a perseguir a los hermanos de su creador.

Durante el tiempo en que Albatrós había estado absorto en sus creaciones, Chronos y Gaea habían estado ocupados con sus propias creaciones, entre ellas las Aioros, luces en el Abismo que penetran la obscuridad del Vacío, y la luz del Día y la Noche en los ojos de Chronos. Pero llegado el momento, concibieron entre ellos la más grande creación del Universo, los Dioses Elementales.

El primero en nacer fue producto del fuego y la pación en los corazones de la pareja, su nacimiento fue un oleaje de llamaradas que inundaron el Espacio con una luz intensa y un calor fulguroso que alimentó las sensaciones de Chronos y Gaea. Por nombre le pusieron El, que en la lengua de los Dioses significa Dios, y su forma era inmensa, como una montaña de luz y fuego, con piernas de bronce que jamás cederán y ojos llameantes que logran penetrarlo todo. De los hijos de Chronos y Gaea, fue Él quien mas influyó en el curso del Destino y fue la causa de los eventos por venir en la vida de todas las razas del Universo.

Después vino Ziz, quien nació del suspiro y la respiración del trabajo y el esfuerzo por crear. Se adentró en el Universo como una inmensa ventisca que aplacó las llamas de Él y mitigó el calor se las llamas. Su forma era distinta a la de Yahvé, distinta a la de Chronos y a la de Gaea. En su espalda se alzaban dos inmensas alas, tan grandes que uno no alcanzaba a ver donde terminaban las brillantes y finísimas plumas. Durante el tiempo que duró la vigilia de los ojos de Chronos, fue Ziz quien más sabiduría acumuló para los hijos venideros de Gaea,y fue él quien los inculcó en el arte de la iluminación y la búsqueda de la verdad. A tal punto, que algunos de sus discípulos lograron vislumbrar la verdad sobre Samhsara.

Con la creación de Él y de Ziz, Chronos y Gaea cayeron exhaustos, deseosos de descansar. Fue entonces que una gota de su sudor cayó de sus sienes y de ella nació Liwyatán, inmerso en un mar tempestuoso que lo inundó todo. Su forma era gigantesca y extraña, parecida a un dragón con cola de escamas y la sola vista directa a sus ojos podía inducir en quien lo mirase el mas profundo terror. De los cuatro Dioses, fue él quien opuso más resistencia a Él en las guerras del Segundo Hogar, y por ello es el único que ha logrado ser recordado en generaciones futuras, aunque sea tan solo un poco por los descendientes de las huestes de Él como una bestia brutal y maligna.

Chronos y Gaea vieron entonces que el universo estaba conformado por fuego, aire, y agua, pero no contaban con un lugar estable donde pisar, por lo que de sus manos y pies nació Bahimut, con una forma inmensa y quimérica, fuerte como ningún otro dios lo había sido, y a su paso se elevaron montañas, llanuras, valles y costas frente al mar. Bahimut fue el más joven y noble de los Dioses, y el mas aguerrido a la lucha por las causas justas de su padre, y aunque contó siempre con las mayores huestes, jamás fue reconocido por las razas como un digno personaje, si no tan sólo por sus huestes y enemigos, que sabían de su inigualable destreza en el combate e incomparable fuerza.

Mientras tanto, el Mal deleitaba su vista, no pudiendo creer que fueran creados tantos cascarones para que él pudiera habitar, y en su malvada sapiencia comenzó a maquinar un deseo de apoderarse no de uno, si no de todos ellos y tener a su antojo las posibilidades de todos esos cuerpos. Entonces, en forma de Serpiente, se alzó sobre la familia, pero Ziz en su naturaleza de ave, luchó contra la Serpiente y con sus garras arrancó su cabeza, de la cual salieron incontables serpientes de menor tamaño, a las cuales llamaron Näga, y se esparcieron por el universo.

Habiendo fracasado en su primer intento, el Mal vio como la familia escapaba hacía un lugar lejos de el, pero tomó forma de dos leones y les dio alcance, pero Él, en su forma de guerrero, tomó a los leones por el cuello y quebró sus espinas, y esa escena fue siempre recordada como Gebel El-Karak, y sólo una vez más habría Él de enfrentarse a dos leones desarmado, y de esa batalla nacerían leyendas, sin saber el resultado de esa futuro encuentro con la Luz en Movimiento.

Una vez más el Mal decidió atacar, esta vez en forma de una bestia con imagen de Toro, y arremetió en contra de la familia, pero se encontró enfrentado con Bahimut, quien con su imponente bramido lo detuvo en seco arremetió con su cola aguijonada y rompió su cráneo, dejándolo inconsciente en el suelo.

Una vez más huyó la familia, y una vez más el Mal encontró la forma de darles alcance, esta ves con forma de guerrero, pero Liwyatán lo tomó en sus anillos y lo asfixió con una fuerza brutal como de mil barcos tirando de los miembros de un pobre hombre.
Aprovechando una vez más, la caída del Mal, la familia llegó a la orilla de un río sin igual, pues no era agua lo que corría de él, si no una fila interminable de Aioros, que con su luz alejaron al Mal y evitaron que obtuviera de la familia sus obscuras ambiciones de poder. Ahí descansaron los seis, habiendo eludido al mal encontrando refugio en la luz del Río Blanco.

Fue ahí que Bahimut levantó inmensas murallas del suelo, y creó en ese lugar un gigantesco castillo el cual Él abrazó con sus flamas, dándole aspecto de cristal y reflejando aún más la luz de las Aioros, que con la luz de los Ojos de Chronos dieron por primera vez una noción de Día a la Obscuridad. En las torres más altas, Ziz alejó con sus ventiscas las neblinas que invadían desde arriba el castillo, y Liwyatán dio un cause más correcto a las aguas abismales para que rodearan el castillo y levantó lagos, pozos y lagunas dentro de la residencia.

Chronos y Gaea sentaron en el trono más inmenso y central del castillo, y por nombre le dieron el Castillo de Cristal, y más tarde se llamó el Primer Hogar, Edain, y otros nombres en muchas lenguas de las razas hijas de Gaea y de otros padres pero el primer nombre fue ese, el Castillo de Cristal, y fue la fuente de luz para todo el universo, y nunca más hubo obscuridad o sombra en lo que duraron sus fuertes muros. Y en efecto, habría de llegar el día en que las altas murallas de piedras preciosas deberán de derrumbarse ante un poder mayor jamás atestiguado, que ni el Mal, ni los Dioses habían visto ni sentido.

Y el Mal esperaba amargado. Con sus ojos entrecerrados miraba celosamente el trono en que se sentaban Chronos y Gaea, sus primos. Y vio a sus hijos creando obras maestras llenas de luz y esperanza, y dando pie a un nuevo destino. A su alrededor comenzaban a alzarse neblinas, y se extendían y se perdían, y tanto se alejaban del Mal que esas neblinas tomaban conciencia propia, y se erguían monstruos en el Abismo cruel, lejos del Castillo de Cristal, vagando y explorando, aguardando al impertinente viajero que se cruzase con ellos, listos para devorar la luz de sus almas y saciar su voraz apetito.
Pero aún ante las maquinaciones del Mal, de Él, de Ziz, de Liwyatán, de Bahimut, o de Albatrós, la Obscuridad y el Destino, Chronos y Gaea, conocían las Partituras, y no importaba cuanto interferían los esfuerzos de los demás, cada estrofa y cada verso se cumpliría con una exactitud escalofriante.

Fue por ello que Sahmsara de nuevo se puso en acción, y en respuesta a las distorsionadas creaciones del Mal, y de los asombrosos artefactos de los Dioses Elementales, Gaea trajo al Universo la primera gran raza, los Primeros Hijos, los inmortales, la raza de leyendas que conocemos como ángeles y elfos, la raza perfecta.
Nacieron en esos días, los Arios.