El Ocaso de los Dioses

El Castillo de Cristal

El Castillo de Cristal, ubicado a las orillas del poderoso Río Blanco, dentro de las inmediaciones de Avi Lachtaeos, era un lugar de leyendas, mitológico, paradisíaco.
El lugar contaba con un edificio central, de inimaginable belleza, con cientos de torres y terrazas, inmensos ventanales que reflejaban y dejaban pasar luces, haciendo un magnífico espectáculo con los colores de los Ojos de Chronos. El edificio tenía una altura tal que no alcanzaba arquear el cuello noventa grados para poder apreciarlo en su totalidad. Cada Dios tenía su propia torre en las esquinas del castillo, y había lugares escondidos que solo pocos conocían, y que encerraban secretos inentendibles para la humanidad, o para las razas por venir.

Frente a la residencia central, yacía un inmenso lago, reflejando a las estrellas que iluminaban tenuemente al Abismo. Alrededor del lago se hallaban plazas y esculturas de encanto sin igual que fueron erguidas y nombradas por hechos que ocurrieron entre los Arios y los Dioses, los amores y las batallas, y los héroes o grandes artistas que lucharon por impulsar a la raza Aria a la perfección.

Alrededor del castillo y del lago, se hallaban seis jardines, cada uno con su belleza particular, pues fueron diseñados y construidos individualmente por cada uno de los dioses, revelando los ideales y sentimientos que yacían en sus interiores.

El jardín del Norte se llamaba Vanair, y fue confeccionado con los vientos de Ziz, y entrar en él era simple y sencillamente como volar. A uno le embargaba la sensación de que no había suelo, y que sus pies avanzaban sin esfuerzo alguno ni impulso del suelo. Un juego de sonidos y bellas notas musicales inundaban cada esquina y cada curva del lugar, con cientos de arboles bizarros y criaturas aladas cantando en son de las notas de Ziz. Estas pequeñas criaturas aladas, fueron llamadas Aves por Ziz, y las tuvo como protegidas y fueron siempre las mensajeras de los Dioses por su gracia y su velocidad.

El Jardín del Este había sido llamado Edain, y era el jardín de Él. En su diseño y creación fue siempre algo bizarro, pues cientos de llamas crecían dentro de el, en lugar de los arboles y piscinas que esperaría uno en un jardín. Sin embargo, un cúmulo de flamas de distintos colores iluminaban alegremente el recinto y bailaban en un increíble espectáculo al que después llamaron Aurora. Sin embargo, el trabajo del que Él estaba más orgulloso era el de haber creado una llama imperecedera, que envuelta en una zarza jamás la incineraba y brindaba su calor eternamente. Este era el único jardín que se hallaba inhabitado por creaturas vivas, pues sus llamas ahuyentaban a las aves y a los retoños de Bahimut y del Liwyatán. El jardín del este se convirtió entonces en un lugar solitario y poco habitado, de meditación para algunos pocos arios que buscaban soledad.

En el Oeste se encontraba un jardín único nombrado por su creador Par, pues era quizás el más bello de todos, decorado con corales y perlas y muchas piedras preciosas. Era el jardín de Liwyatán, el Dios de los Mares. Al nivel del suelo, se veía un gigantesco lago, con islas pequeñas rodeadas por pilares y muros de mármol. Debajo de la superficie del agua, se podía entrever una increíble plaza, de inmensas proporciones y cientos de peces, pequeños e inmensos, hermosos y horrendos, todos invaluables para Liwytán. De todos jardines este era el más impresionante, pues jamás se había visto una ciudad bajo el agua como esta, y sólo una vez mas volvió a erigirse una ciudad como esta, pero en el segundo hogar, y pareciese que todo lo que los Arios de la casa de Liwyatán tocan, por más hermoso e increíble que lo vuelvan, está destinado a sucumbir ante las aguas del cambio y lo eterno.

El cuarto jardín se encontraba en el Sur y era el más grande de todos, y su tamaño era reflejado en su nombre, Shambala, que significa paz, tranquilidad. Su constructor, Bahimut, daba especial cuidado a las estructuras, en su inmensidad y poder de intimidación, por lo que había muchos espacios abiertos y estructuras solitarias inmensas, hermosas y complejas, todas ellas decoradas con las piedras de la tierra, rubíes, esmeraldas, y zafiros, y también con los metales preciosos, en especial el oro y la plata. Había también muchas esculturas y fuentes de amatista y otros cuarzos que hacían parecer a este jardín. Los espacios abiertos no habían sido creados en vano, pues los retoños de Bahimut eran los animales de la tierra, que corrían en manadas de un lado a otro, y el espacio no era porque necesitasen su territorio, pues en el paraíso todo era felicidad y paz, el espacio era porque cientos, miles y millones de especies distintas vivían en aquel lugar, y para el visitante de aquel jardín parecía que entraba en un nuevo mundo, totalmente distinto a los territorios dominados por el Castillo de Cristal.

Estos cuatro eran los jardines de los Dioses elementales, dueños del Aire, Fuego, Agua, y Tierra. Gaea había creado para ellos las criaturas del cielo, del mar y de la tierra, y Ziz reinaba sobre las Aves, Liwyatán de los Peces, y Bahimut de los Mamíferos. En ese entonces no existían todavía ni insectos, ni reptiles ni arácnidos, pues fueron criaturas nacidas del miedo y la frustración que embargaron a Gaea en tiempos por venir.

Pero había dos Jardines más, uno en la terraza mas alta del castillo, que pertenecía a nadie mas que a Chronos, Dios del Tiempo. Pero el jardín era aún más abstracto que el de Ziz, y sólo cuatro seres han logrado entrar: el propio Chronos, el Arenero, Mithrandir, y la Obscuridad. Lo poco que se sabe de ese jardín es lo que ha sido contado por el Arenero y Mithrandir, y aún ellos no encontraban otras palabras más que un túnel donde todo el tiempo forma imágenes y sonidos bellísimos, y uno es capaz de verlo todo en un instante. Como si toda la Creación fuese condensada en un instante de información e invadieran la mente del incauto visitante de aquel jardín.

El otro jardín era el recinto privado de Gaia, y se encontraba debajo del Castillo. Este lugar era aún más secreto que el de Chronos, pues se encontraba la esencia misma de la Vida y todo a su alrededor brotaba con verdor y vitalidad sin comparación. Miles de flores distintas cubrían el suelo, las paredes y el techo del lugar, y un crisol de colores invadía los sentidos del observador. Se dice que nunca nadie entro, a excepción de la Muerte, en los últimos días del Castillo, y entró para robar la Vida de Gaea y aniquilar por completo las creaciones de la Madre

Todo este castillo, jardines, lago y plazas era cercado por una muralla cristalina, tan alta como una pared del abismo y tan gruesa que uno tarda tres días en recorrerla desde afuera hacia adentro. Se creía que esta gran muralla era infranqueable, gran error de Bahimut y de los demás dioses ignorar la presencia del Caos, un mal distinto al Mal, una batalla interna de violencia y deseo de destrucción que se acercaba sin aminorar su paso.

Mientras tanto, los Dioses vivían inadvertidos en el Castillo de Cristal, y en un rincón del Castillo de Cristal, vino a suceder el advenimiento de los Arios.